Es seguro que el hospital no es un lugar bonito. Ni agradable. A punta de muchos años aprende uno a (medio) tolerar los olores, las luces y el ruido.El desfile de una cirugía tras otra sin que ninguna sea igual.
Por supuesto que el modo en que nosotros "desde dentro" vemos un hospital no es el mejor ni el mas válido. La empatía muchas veces tan difícil nos da la pista de lo que piensa, sufre y espera el enfermo.
Aunque hace tiempo la llamada risoterapia irrumpió en escena no ha sido lo único que ha servido como paliativo. En algunos hospitales incluso en la Ciudad de México se han desarrollado con buenos frutos talleres de poesía.
Vale recordar con fuerza que el dolor nunca es completamente orgánico.
Dicen que el mejor compañero ante la adversidad es un libro. Por algo será. Pero también un papel y algo para escribir. Ya en la modernidad, una notebook, una tableta o cualquier artilugio electrónico portátil.
Y de remate en un click. Al blog.
Navegando entre poesía me permiti incluir estas dos de don José Cuadra Vega. Ignoro su enfermedad y más datos. Pero como llamada de atención nos incordia una vez más.
FIEBRE Y SUEÑO
Vuelvo mis dos
ensombrecidos ojos por la
fiebre hacia
mi derecho costado,
el mismo costado sobre el
que el Divino y Humano
Descamisado de Judea,
Jesús el Cristo reclinó su frente,
coronada de espinas y de Gloria.
El derecho costado sobre el que Doña Julia
suele siempre a mi vera
dormir su sueño, su reposado sueño.
La fiebre que me arde y que me punza
como acerada, dura lanza,
me hace ver la inefable,
dulce y falsa ilusión de qe ella está,
de que mi Doña Julia está allí,
justo a mi lado,
ciertamente de cierto allí, dormida.
¿Pero por qué es que siento su
tranquilo,
sosegado sueño tan lejos,
tan distante de mi propio sueño,
pues que también su sueño es sueño
mío?
¿Vagará ella, tal vez, por siderales rutas
implorando por su Don José,
buscando algunas arcangélicas alas
de las mismas que dan su refrescante
brisa al rostro
de DIOS Nuestro Señor?
Cuando ella despierte, tal vez ya no
recuerde nada.
Es triste, porque tampoco yo
recordaré jamás cuál fue su sueño.
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LA FRAZADA
—I—
Alta fiebre en la noche y a la vez
un gélido frío semi polar,
contumaz,
hace tamborilear mis dos
entumecidas, ateridas piernas.
Mi maxilar, entumecido, no funciona
pero tiembla, frenético.
No hay voz articulada.
No tengo voz.
Inerme, triste mortal soy, como los
mortales tristes que no tienen voz.
Ya quisiera, aún cuando siquiera fuese
la ronca voz
del hombre de Neandertal gritando,
a grandes y claras voces,
allá en su obscura y húmeda
cavernosa caverna tenebrosa.
-II-
Muy cerca de mi cama, pasa
una Enfermera del Hospital, a quien
con tembloroso índice señalo la
salvadora frazada que está a mis pies.
Y la Enfermera:
-No se incomode, Don Josecito, que ya
sé.
No se me afane,
no tenga miedo, no se me angustie.
Lo que Usted quiere es que le abrigue,
es que le cubra sus dos huesudas
y pelambrosas, hórridas piernas.
-III-
Poco elegantes y compasivas,
desamoradas,
muy poco humanas y anti cristianas,
rudas palabras, más sin embargo,
llenas
de un mágico poder:
sin frazada, de cierto, sobre
mi triste y pobre humanidad doliente
¡a la mierda y muy lejos el gélido frío
semi polar de mis dos piernas!
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